TOÑO COSÍO

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METÁFORAS DE VIDA: ESQUIANDO SOBRE PAPEL.

          El otro día estaba garabateando, medio abducido por el sueño, en un pequeño cuadernillo de hojas blancas.  De esos que siempre hay en las cocinas o junto a los teléfonos de las casas.  De esos que sirven para registrar cualquier dato u ocurrencia antes de que se olvide.  De esos que sirven, hasta para esquiar.

            Esquiar sobre papel.  Justo ahí, y en ese momento descubrí una relación, una metáfora, entre esquiar sobre la nieve y escribir sobre una hoja de papel en blanco.  Una relación que va más allá de las similitudes obvias, como lo es el color de la nieve y el papel.  O que vas de arriba hacia abajo, siempre y cuando no escribas en  japonés y demás excepciones caligráficas.

            Escribir sobre un papel en blanco y esquiar tienen una relación más profunda.  De entrada, cuando no sabes qué escribir y te vez frente a ese abismo blanco con posibilidades infinitas, empiezas a tragar saliva y a repensar si es necesario tener que aventarse cuesta abajo.  ¿O cómo por qué tendría uno que exponerse al ridículo si las palabras no resbalan y se dirigen hacia al lugar correcto o por lo menos hacia donde tú quieres?  ¿Cuál es el aliciente a forzarte a usar músculos que no eras consciente de tener?  Y que por lo tanto, tampoco estás seguro de cómo usar.  ¿Qué podría motivarte -una vez más- poner en riesgo tu físico, tu ego, por hacer algo que podrías simplemente no hacer y no pasa nada? 

            Esquiar puede parecer tan antinatural cuando lo haces por primera vez, que en mi caso, ni siquiera entendía cómo alguien podía disfrutar hacerlo.  Nada más, la sola preparación de la ropa y el equipo, son un verdadero infiernito.  Y no por el calor que te genera.   Ponerme las botas, que son más duras y pesadas que ellas mismas; descubrir cuál era la medida correcta para mis pies, sin importar lo que diga el numerito del calzado; volver a aprender a caminar, con algo que parecen piernas de robot y que te obligan a adoptar una postura constante e intermedia, entre estar bien parado y empezar una sentadilla; y encontrar que la única forma probable para descansar de ese nuevo estado era tirándome por completo al suelo, como figurita de acción en juguetero abandonado.  Además de cargar con los esquís y equilibrarlos con el cuerpo o viceversa.   Y los bastones, que esos no pesan, pero estorban.  Todo eso, sólo es el principio para empezar a “esquiar”.     

          Y en ese principio te das cuenta que ya pasaron horas, estás cansado y todavía ni siquiera estás sobre la nieve.  Todavía contemplas ese gran espacio en blanco, esperándote.  Y tú, anhelando aunque sea poder garabatear cualquier cosa, como un último recurso, como un desesperado intento de dejar alguna huella, algo tuyo, que demuestre que estuviste ahí. 

            Escribir sobre un papel, también puede ser doloroso, por que es necesario abrirse y escarbar en lo más profundo de tus sentimientos. O porque para escribir a mano, a la velocidad de todo lo que sientes y piensas, puede cansar hasta las manos de los magos.  Y porque el ego, siempre quiere mantenerse intacto, pero hasta un error ortográfico puede vulnerarlo, exponerlo al ridículo de no hacer con la gracia necesaria, algo que se ve tan fácil, que todo mundo está acostumbrado a ver.   

          Y entonces, por qué si hay tanto que arriesgar, tanto que adolecer y tantísimo  que practicar para apenas hacerlo, como se debe.  ¿Por qué esquiar, por qué escribir?...

            Cuando finalmente aprendes y empiezas a deslizarte sobre el papel, a volar sobre la nieve.  A llevar tu cuerpo a donde tu mente desea estar, tan solo con un sutil movimiento, que acciona en una armonía perfecta al resto de tu cuerpo, junto con tus impulsos, tus emociones…   Cuando estás en la parte más alta de la hoja o de la montaña y ese miedo inicial se convierte en una ilusión por un nuevo recorrido, por una nueva historia que contar.  Cuando bajas trazando lo mejor que puedes, sintiendo tu respiración que alimenta tu cuerpo, tu mente, tu corazón en cada latido, para dejar un testigo gráfico en ese gran espacio blanco.  Cuando llegas al final del recorrido y comienzas a volverte consciente de lo vivo y satisfecho que te sientes.  Justo ahí, cuando y donde los garabatos se convierten en expresiones con un significado, descubro que la verdadera metáfora, no está en esquiar sobre el papel, está en esquiar sobre la vida.