Las ventanas sirven para dejar pasar la luz de un lado al otro. Luz que ilumina no sólo en intensidad. Igual que el pincel del artista, la luz va pintando y creando el mundo que se refleja. Hay ventanas en todas partes y de muchas formas y tamaños. Algunas caminan y otras pueden cargarse como equipaje. Otras son fijas. No importa cómo sean, todas tienen en común, el transportar la luz por tenue que sea, de un lado a otro. De compartirla, de servir de enlace y vehículo para tocar a quién se asoma a ella. De iluminarlo con una perspectiva diferente, de hacerlo sentir un estado de ánimo, de conocer otro universo, de contemplar una historia u otra cultura. En cualquier caso, las ventanas están hechas para poder ver más allá, de nuestro contexto. Y mejor aún, de ponernos en ese otro contexto, para volvernos más empáticos. Si lo analizamos, da la impresión que las ventanas a veces son más como puertas. Y en la medida que nos animamos a ver con más detalle a través de ellas, en toda su profundidad, estamos cruzando y experimentando lo que hay o hubo en esa otra dimensión.